Alfredo Villanueva Collado
(Puerto Rico)
CANTÁNDOLAS
Mi madre me decía
que fuera un chico amable y modoso,
no devolviera las pescozadas
ni los insultos, porque no era propio
de bien educados caballeros.
Cuando alguna bestia humana revelara
su abismal arrogante ignorancia,
le compadeciera
en lugar de exponerla al ridículo
porque los cristianos ovejunos
siempre toleraban las fallas ajenas,
siempre presentaban la otra mejilla.
Mi padre me decía
que esperase a los cabrones en la esquina.
Si eran mayores o más grandes
me les fuera encima con un bate
y la ferocidad de un acorralado,
les sacara moratones y sangre,
me diera a respetar, porque este mundo
es de los mansos, no los embolados.
Que utilizara el don de la palabra
como la espada de un arcángel
San Pedro no me negaría el cielo
por romperle la crisma a un insolente.
Ambos me dieron consejos inútiles.
Mami murió de tumores violentos.
Papi murió abusado e intacto.
Tuve más suerte, mi propia muerte
se ha demorado, para darle paso
al cataclismo de una furia justa.
Proyectaré la rabia de mi madre.
No me dejaré violar, como mi padre.
Harto estoy de impuesta hipocresía.
No me queda tiempo para el respeto,
Canto lo que percibo como lo veo.
Hablo por fin en primera persona.
A pulmón exhibo las mediocridades
de la especie, su infinita soberbia,
su caníbales gustos autogenocidas,
su desenchufe del daimon que sirve,
su estupro del don de la palabra,
sus puñetas fallidas, disfrazadas
de altisonantes excrementos poéticos,
mentirosos torahs, biblias, coranes,
democracias esclavizantes,
nacionalismos dictatoriales.
Se acabó la deferente cortesía.
El asco del amor encojonado me impele
0 comentarios:
Publicar un comentario