miércoles, 18 de abril de 2012

CANTÁNDOLAS



Alfredo Villanueva Collado 
(Puerto Rico)




CANTÁNDOLAS

Mi madre me decía
que fuera un chico amable y  modoso,
no devolviera las  pescozadas
ni los insultos, porque no era  propio
de bien educados  caballeros.
Cuando alguna bestia humana  revelara
su abismal arrogante  ignorancia,
le compadeciera
en lugar de exponerla al  ridículo
porque los cristianos  ovejunos
siempre toleraban las fallas  ajenas,
siempre presentaban  la otra mejilla.

Mi padre me decía
que esperase a los cabrones en la  esquina.
Si eran mayores o  más grandes
me les fuera encima con un  bate
y la ferocidad de un  acorralado,
les sacara moratones y  sangre,
me diera a  respetar, porque este mundo
es de los mansos, no los  embolados.
Que utilizara el don de la  palabra
como la espada de un  arcángel
San Pedro no  me negaría el cielo
por romperle  la crisma a un insolente.

Ambos me dieron consejos  inútiles.
Mami murió de  tumores violentos.
Papi murió abusado e  intacto.
Tuve más suerte, mi propia  muerte
se ha demorado, para darle  paso
al cataclismo de una furia  justa.
Proyectaré la rabia de mi  madre.
No me dejaré violar, como mi padre.
Harto estoy de impuesta hipocresía.
No me queda tiempo para el respeto,
Canto lo que percibo como lo  veo.

Hablo por fin en primera  persona.
A pulmón exhibo las  mediocridades
de la especie, su infinita  soberbia,
su caníbales gustos autogenocidas,
su desenchufe del daimon que  sirve,
su  estupro del don de la palabra,
sus puñetas fallidas,  disfrazadas
de  altisonantes excrementos poéticos,
mentirosos torahs,  biblias,  coranes,
democracias  esclavizantes,
nacionalismos  dictatoriales.

Se acabó la deferente  cortesía.
El asco del amor encojonado me  impele





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